Llevo en CoDA desde junio de 2021, cuando estaba en un programa residencial basado en traumas. Allí, con la ayuda de los profesionales y de mis compañeros residentes, salvé mi vida. De niña, era la mayor de cuatro niñas y asumí la protección de mis hermanas cuando la furia de mi madre era demasiado aterradora. Nuestro padre era obediente y nos pedía que hiciéramos lo que ella decía para que parara. Llevé esa sumisión a la edad adulta, donde mantuve una serie de relaciones abusivas, y algunas en las que fui tan indiferente que sólo duré lo suficiente para sentirme necesitada antes de abandonarlas.
Cuando me casé con mi exmarido, recuerdo que dije que por fin había encontrado a alguien «normal». Normal resultó ser un marido que se enfurecía con frecuencia, asustándonos a mí y a nuestras dos hijas. Siempre me preguntaba qué podía hacer para ayudarle y evitar que nos hiciera daño en el siguiente estallido. Estaba sola y tenía miedo de lo que pasaría si intentaba llevarme a las niñas y marcharme. Sentía mucha vergüenza por haber elegido a una persona a la que no podía controlar ni tranquilizar.
Tenía tendencias suicidas a menudo y una vez intenté acabar con mi vida. Varias hospitalizaciones más tarde, aterricé en el programa residencial. Allí aprendí sobre CoDA, y sobre mi codependencia. Antes de eso, no se me había ocurrido que mi trabajo no era arreglarlo o hacer que mis hijas y yo hiciéramos lo que él quería. O que mis ideas suicidas eran el resultado de esto. Asistí a las reuniones de CoDA en el programa residencial y he asistido a una reunión por semana desde entonces. Estoy agradecida a CoDA, y a las mujeres del grupo de las que me he hecho amiga, por ayudarme a mantenerme sana y a encontrar la felicidad y la paz.
SB 16/11/22
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